jueves, 7 de abril de 2011
ENTERNECEDOR RELATO DE BEATRIZ GARCÍA MARTÍN SOBRE LA EXPERIENCIA PERSONAL DE ACOGER A UN NIÑO SAHARAUI. La fotografía también es de ella. ENHORABUENA
VACACIONES EN PAZ
Hoy lo despido en el aeropuerto un verano más, ya no lloro cuando se marcha diciendo adiós con la mano, se le ve tan feliz que no tiene sentido hacerlo, un año nos separa hasta volver a vernos. En el coche de vuelta a casa, recuerdo claramente cuando nos conocimos, él tenía 7 años y yo 32, le di un abrazo de bienvenida y al sentir su cuerpo tan flaco pensé que se me perdía entre los brazos, al mirarle a los ojos se le notaba una mezcla de miedo y sorpresa. Nos fuimos caminando a casa junto con mi marido, que era partícipe en todo esto y al entrar por la puerta le dijimos a dúo, esta es tu casa.
Preparamos para comer macarrones boloñesa, apenas sabía sujetar el tenedor y al ir a pinchar lo hizo en el borde del plato, los macarrones se le cayeron por encima y toda la ropa se le manchó de tomate, que cara de susto se le quedó, estábamos hablando y nos callamos de repente, nos miramos los tres y nos empezamos a reír a carcajadas.
Después de dormir casi toda la tarde, estuvo explorando la casa, en el cuarto de baño, se pasó un buen rato abriendo y cerrando el grifo y tirando de la cisterna, esa primera semana cerrábamos las llaves de paso, ver correr el agua le gustaba más que la tele. Pusimos una lavadora y su reacción fue muy graciosa, de rodillas frente a la máquina daba vueltas con la cabeza, siguiendo el movimiento del tambor.
Meterse en la bañera llena de agua calentita le entusiasmó y no salió hasta tener todos los dedos arrugados, le ayudé con la crema y al darle en los pies, vi que tenía casi todas las uñas rotas y la planta del pie era dura casi como de cuero, días más tardes lo entendimos cuando no había forma de que, en el parque, se pusiera los zapatos.
Antes de dormir se puso a rezar, observamos en silencio, verlo levantarse y agacharse nos sorprendió mucho, nos pareció muy ceremonioso. Se tumbó en la cama y se durmió muy rápido, cuando pasó una hora más o menos, me asomé a la habitación y no estaba en la cama, se había tumbado en el suelo encima de la alfombra, le volví a acostar en la cama, pero al rato debió despertarse y dormía otra vez en el suelo, después de varios intentos no insistí más y pasó la noche en el suelo.
Se me olvidaba todo el rato su nombre, qué raro me parecía y a él le pasaba lo mismo con los nuestros. Nos entendíamos por señas y cada vez que le enseñábamos una cosa, le hablábamos a gritos como si fuera sordo.
Los primeros días fueron raros para todos, más para nosotros que entonces no teníamos hijos y atender un niño de 7 años que llega de los campamentos de refugiados del Sahara, nos parecía un mundo, pero no fue difícil.
Ese primer año sí que lloré en el aeropuerto, y él me dijo, no llores que vuelvo el año que viene. Ya no tenía esa expresión de miedo en la cara, estaba deseando volver a su casa y contar a sus padres todo lo que había hecho en el verano, estaba feliz, y lo mejor es que sin darse cuenta repartió esa felicidad entre toda nuestra familia y amigos.
Beatriz García Martín.
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