DÍA 1 LLEGADA A AUSSERD. Primera parte
Los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf no son en absoluto como los imaginaba, a pesar de haberlos visto en fotografías, libros, reportajes … hasta que no estás allí, pisando su suelo, no ves realmente como son por mucho que te lo cuenten. De hecho, no podía imaginarlo, era imposible. Se trata de otro mundo, de otra vida, de otro aliento …
Mi viaje comenzó a las 18:00 h. de la tarde del viernes día 4 de diciembre, hora a la que Curra, Julián, Eva y yo nos dirigimos al aeropuerto de Madrid. Allí nos reuniríamos con el resto del grupo de Colmenar: Miguel, Rebeca, Juan Carlos y Maribel. Todos íbamos a casas de familias saharauis cuyos niños están en acogida en Colmenar con el proyecto "Vacaciones en Paz".
En nuestras maletas, de 25 kg cada una, llevábamos cargadas un montón de ilusiones y un montón de regalos …
En el aeropuerto de Madrid estuvimos como unas 5 horas esperando a facturar, a las 23:00 h. embarcamos. Llegamos a Tindouf a las 5:00 de la mañana, apenas dormí 2 horas en el avión. Salimos al exterior con nuestras maletas, afuera había camiones cargándolas y autobuses que transportaban a la gente a sus destinos. Cogimos las maletas y nos despedimos del resto del equipo pues cada uno íbamos a sitios diferentes, quedamos en vernos en el Aaiún en un par de días. Nos subimos al coche todoterreno que vino a buscarnos y, en mitad de la noche, atravesando el desierto por pistas de arena y piedras y, como única guía un mar de estrellas, nos dirigimos a Ausserd, a Üera.
Alí, se llamaba el conductor, un hombre muy afable que hablaba perfectamente español y que no tardó en contarnos que su madre vivía en Canarias y que recibía una pensión por su padre el cual había sido militar español en el Sáhara.
En el camino a Ausserd nadie hablaba, veníamos con sueño y cansancio, alguién se durmió. Yo no podía cerrar los ojos, estaba impaciente y un poco nerviosa ante la incertidumbre de no conocer esa tierra … en el horizonte empezó a destellar intensamente una luz naranja y azulada, la primera luz del día, estaba amaneciendo y yo me emocionaba cada vez más y sentía que necesitaba que mis ojos se posaran en ese paisaje tan inhóspito, tan desconocido para mí. La luz amarillenta del amanecer al fín se dejó caer en nuestros cuerpos y la casa de adobe de Sidina, Nabila, Jatat y Dayala se plantó ante nosotros como una aparición, con una flor blanca pintada en su puerta. Bajamos del coche y enseguida salieron a recibirnos deshechos en abrazos y sonrisas. Estábamos emocionados era un reencuentro muy esperado, sobre todo para mi amiga Curra y su hija Eva de 12 años, con el pequeño Jatat, un "principito del desierto" porque eso es lo que es para mí este niño. Habíamos llegado a la que sería nuestra casa estos días.
Nabila, Jatat y Dayala estában malos, no paraban de toser, enseguida sacó Curra el dalsy y el ibuprofeno para aliviar un poco sus síntomas. Nabila nos preparó un estupendo desayuno, el café tan calentito nos arregló el cuerpo aún destemplado de tan largo viaje.
Jatat se íba al colegio y los cuatro a uno pensamos en acompañarle. A él le dio vergüenza y salió caminando el solito adelante, creo que para que no le vieran sus amigos con nosotros, le daba timidez. El colegio de Jatat está más o menos a 1 km de distancia de su casa, se dejaba ver a lo lejos en línea recta. Fuímos tranquilamente paseando tras él. Al llegar al cole los niños nos rodearon con sus lindos ojos negros y sus inocentes sonrisas blancas, sólo de recordarlo se me ponen los pelos de punta, qué caras, qué simpáticos, qué cariñosos y qué guapos … y qué puntuales porque el colegio no había abierto aún y estában ya casi todos esperando en la puerta. Julián y el padre de Hatat hablaron con la directora del colegio a ver si al día siguiente podíamos hacer una actividad de interrelación de niños españoles y niños saharauis en el colegio, la directora nos dijo que si, que tendría a unos 25 niños preparados para el día siguiente. Nos despedimos y nos fuímos andando, siempre sobre arena y piedras, a un Congreso Cultural como a otro kilómetro y medio de distancia. Allí había música, poesía, talleres y una feria de artesanía que comprendía unas 60 o 70 jaimas. Según íba avanzando la mañana el calor se íba apoderando de nosotros y como estábamos sin dormir era como estar con resaca, secos bajo el sol. Yo me estaba mareando y Curra me dejo un pañuelo para ponermelo en la cabeza, me hizo mucho bien, por lo menos el mareo me lo alivió. Unos niños que pasaron al lado nuestro me llamaron "pirata" y yo les respondí del Caribe y se alejaron sonrientes y felices. Yo también me sentía felíz estaba en esta tierra que tanto había anhelado conocer .
Sukaina, prima de Hatat de 14 años de edad nos acompañaba, no dejó de acompañarnos desde que llegamos al amanecer hasta el mismo momento en que nos fuímos al aeropuerto de regreso a Madrid. Era nuestra guía e intérprete, una dulzura de niña. Nos fuímos a la casa a comer, ella nos guió hasta allí ...
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